sábado, 28 de marzo de 2015

Sábado.



1. Frunzo los ojos llorosos y chisporrotean las luces.  
         Las lágrimas también serpentean en el vidrio de la mirada. Afluentes de una vieja tristeza. Se me enquistan las personas. Me conquista su ausencia. Late el pasado detrás del presente. La sangre que me sustenta viene a mí a través de un recorrido cíclico de matanza y resurrección. Soy una fuente que recicla su veneno. Y mientras, la primavera se asienta en la noche. Una brisa me ventila los pulmones. Un aerostático de nubes rojizas sobrevuela el cielo profundo. Esas mismas nubes se ajironan, se desmiembran, se restan corporeidad porque saben que el cielo es la casa de las almas. Rojo masacre. Y el cielo. Una quietud. Un estático dado a la sedimentación del tiempo. La luz de luna perfila una ciudad puesta en perspectiva de profundidad. Retales negros median entre los contornos de los edificios. Son velos que ocultan cualquier cosa. Un día de playa, si así lo quiero. 
      No sé lo que quiero.

2. S.E.I.A. = Superestructura Etérea de Intercomunicación Aviar.
      La voz más maravillosa que he oído en mi vida. Multiplicidad unívoca pura. Gorjeos vedados a la garganta humana, explorados en una amplísima escala de matices, llegan de todos los rincones de la cuidad. La ciudad dormita. La primavera despierta. Nos dejan escuchar, pero no hablan para deleitarnos. Allí abajo las farolas arrancan del seno de la oscuridad a los árboles. Investidos de majestuosidad por el destello del oro y la estatura ciclópea, son sólidos bastiones enraizados profundamente en su naturaleza, mas la nostalgia ramifica sus pensamientos en lo alto, y los lleva a explorar vistas imaginadas de otros mundos, que no conocerían sin matarse primero. Los siempre buenos y clementes pájaros tejen nuevas rutas en los circuitos anquilosados de fantasía de sus mente atávicas, y su canción es un vehículo a todas las maravillas del mundo. 
      Migran de rama en rama, de isla en isla, de cielo en cielo y de mundo en mundo. 
 
3. Soy el preludio al vacío.
    Necesito paracaídas para abandonarme a este sueño. Las letras se montan unas sobre otras, en desorden, como una población hambrienta haciendo cola por un mendrugo en la posguerra. Las palabras son onomatopeyas de un dolor sordo. La Enciclopedia de mis Abismos. Todas estas costillas levantadas en mosquetes apuntando a la sien del tirador. Este pecho rebelándose contra su cárcel. El corazón, un pájaro cantor probando rutas de huida en los huecos de mi esqueleto. La pólvora es el gris de detrás del párpado. Una constelación de disparos dentro de mi cerebro. Mira de frente a la muerte. Sus ojos en tus ojos. Su beso en tu beso. Negro. Cesión del miedo. Paz máxima. Incomunicación. Inexistencia. Luz. Resurjo, de pronto, a la superficie de una mañana soleada. Bautizada por este amago de verano, despierto etérea, más neutra de lo que me acosté.
 
4. Un caleidoscopio de sombras en el techo teje una telaraña en la que se enreda mi nostalgia.  
    Vivo con la barbilla señalando al cielo. Cielos de yeso, de piedra, de filigranas de árboles, de cristal, diurnos o nocturnos, no me importa. La ascensión es mi ambición en la vida y en la muerte. Jamás desocuparé mi palco. Hace tiempo que entiendo que el sacrificio es el precio que pagan aquellos que de verdad aman.

5. Me descompongo en carroña. 
    Me preguntaron por el origen de mi abismo. Lo tuve claro: soy yo. Mi abismo empieza y termina en mí misma. Y no hay más estaciones que medien en ese recorrido de eterno retorno. Soy tan monolítica. Tan recogida, tan compacta. Los que se abren al aire, en cambio, son esculturas que ceden a su propio peso. Imagínalos, con los brazos extendidos a ambos lados de sus cuerpos en una eterna necesidad de abrazar. Y un buen día, frágiles como son sus brazos esculpidos en piedra y suspendidos sin refuerzos en el aire, resultan mutilados. ¿Y qué harán, diseñados para abrazar y sin brazos para hacerlo? Siempre pasa. 
      En contraste, los que somos monolíticos, como yo, sabemos que nuestro fin absoluto depende únicamente de nuestra voluntad de autodestrucción, sin interferencias externas. Nos pasamos la vida rumiando violencia bajo las aguas de una conciencia solo penetrada por la lluvia a nivel muy superficial, y poco a poco, en esos momentos en los que descendemos un nivel más en el abismo, fabricamos una bomba que un buen día decidiremos activar. Para saltar por los aires. 
      Morir surcando el cielo, como un pájaro migrando.
 
6. La majestuosidad del templo y Dios pétreo. 
    La catedral en esta ciudad, como si su enormidad y gran altura fueran insuficientes para destacarla, se eleva sobre un podio con escalinata. Nunca he entrado, porque sus ventanales carecen de vitrales, y sin mosaicos de luz de sol y color Dios no se persona en los templos. La única presencia divina en la catedral se reparte en las esculturas y relieves presentados a lo largo de la fachada. Dios es pétreo aquí. Impasible. ¡Háblale y trata de alterar sus rasgos de piedra! ¡Conmueve ese corazón ausente! ¡Tómale el pulso a un cadáver y dibuja el gráfico de su vitalidad! 
      Rezar a cielo abierto. 
      Hablar con uno mismo, el único y verdadero acto intermediario entre la criatura y su creador.
 
7. Me salen monstruos al camino. 
    Las gárgolas se retuercen, vomitan la santidad que celan. A su vez, la mano que les da de comer es la misma que los censura. Es una perfecta relación de odios que colaboran en beneficio del interés. 
      Las gárgolas. 
      Siempre se conducen con las fauces abiertas por delante. Su hambre es tal que no tienen filtro purgante y devoran todo lo que fondea en sus gargantas a través de una travesía violenta entre peñascos afilados. 
      Me atraen.





La poesía debe concebirse como un violento asalto contra las fuerzas desconocidas, para obligarlas a arrodillarse ante el hombre.                              
-Tomado del Manfiesto Futurista                                  
                      


 Lara xx

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