miércoles, 26 de agosto de 2015

Recuerdos trasnochados desde el vientre de mi ballena.


Autor: Kuckolonia
Fuente: Flickr

 
La noche era oscura, y mi insomnio clarividente. Mi mirada trataba en vano de despejar las sombras, y buscando un escenario propicio para mis pensamientos, volví las pupilas al interior del cráneo, y observé una parodia del mismo cuarto que me alojaba, solo que la luna se derramaba más generosamente y, contra su atmósfera lechosa y fantasmagórica, se recortaban las siluetas de los muebles cuya ubicación perduraba en el mapa de mi memoria. Pensé en aquella época que pasé encerrada en el vientre de mi ballena, rompiéndole costillas al monstruo para hacer fuego y sobrevivir en sus profundidades. Intenté recordar quién me acompañó, aunque fuera de una forma absolutamente pasiva, brindándome un consuelo de callado entendimiento. Pero todos los rostros que se asomaron a mi abismo eran tan impasibles como aquellos muebles de mi habitación. Como ellos, permanecían en el mismo rincón de siempre en mi cuarto, nunca se movieron, nunca osaron ocupar otro lugar que no les hubiera asignado, y a pesar de reencontrarlos cada vez que los buscaba con la mirada, jamás estuvieron conmigo. Ni siquiera los miré a la luz del sol: solo recordaba sus siluetas, y su ausencia era tal que era como contemplar las sombras de sus sombras. Y todos esos trastos que se apiñaban a mi alrededor solo me daban ganas de romperlos. Porque astillados servirían para hacer un fuego que, en cualquier caso, calentaba más que su compañía ausente.







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martes, 18 de agosto de 2015

Aquel templo al que me arrimo sin atreverme a entrar



Créditos de la foto (click)
Título: "With and within" // 84/365 //
Autor: Tyler Rayburn
Fuente: Flickr

Me descalzo con todo mi respeto ante la virtud del amor, y merodeo en las inmediaciones de su templo, alineando sus columnas con la mía, mientras espero apoyada en sus majestuosos soportes. Me sé impura como para recibir la bendición de sus aromas en vaharadas de incienso, me sé indigna de marchar articulando con mi silencio su nombre, como en una oración que no puedan rastrear oídos mortales, llamando directamente a las puertas del cielo. Me siento encogida sobre mí misma: las rodillas dobladas, los brazos rodeándolas, la cabeza sobre sus cimas; tan compacta como impenetrable he sido siempre. Y miro: todos aquellos sacerdotes y sacerdotisas que desnudos de alma y cuerpo avanzan en pareja hacia el interior del templo, y penetran en un misterio que me excluye y agudiza mi soledad. Pero la manera en que sonríen las comisuras de sus ojos, las galaxias que ostentan sus pupilas, el marfil de sus dientes al descubierto, el arco elevado de sus bocas, la forma en que se anudan sus extremidades, son piezas sueltas de un puzle que me da una idea de los ritos sagrados en los que participan los que aman.

Mi inmunidad es mi soledad. Pero no tiene filtro que discierna lo beneficioso de lo inconveniente. Empiezo a ser impermeable a la misma vida, y aguardo mustia en los alrededor del templo, recostada en la hierba, absorbiendo la energía solar de forma del todo pasiva, aprendiendo de las flores a florecer, ensayando sus modales pero sin enraizar en su misma naturaleza. Las voces de los pájaros llenan mis oídos y alivian mi nostalgia, pero a veces su alegría ensombrece mi tristeza. Los cielos azules se convierten en lienzo para las filigranas de hojas, y las nubes que transitan se convierten en quimeras modelables por el prisma de la mente.

Lo cierto es que la intemperie es deseable en los días soleados. Pero cuando llueve me arrimo a los muros del templo, y reconozco que tarde o temprano llegará un invierno que me venza y me haga desesperar por ganarme el derecho a su amparo.

martes, 4 de agosto de 2015

Narcotizada. Brazo partido.

Credenciales de la foto:https://www.flickr.com/photos/diveintotheblue/19806089728/in/faves-132198239@N07/
Título: Summertime
Autor: Hadar Ariel Magar
Fuente: Flickr

Demasiado tiempo narcotizada por la felicidad.

Necesito una espada que me aseste un dolor que haga palpitar mi cuerpo, para reencontrarlo. Me siento abrazada a tanta gente que ya no sé cuáles de entre todos son mis brazos. A quién estoy aferrada. A quién he declarado boya, en qué clase de mar estoy suspendida, qué dirección lleva el viento, a qué costa me vomitan las olas.

La muerte del arte depende del triunfo de la vida.

En verano dispongo de mucho tiempo, y siempre resulta el que peor invierto. Abro de par en par todas las puertas y ventanas, sacudo las telarañas, y los fantasmas me abandonan. Ya no ululan tragedias, ni serpentean como un latigazo de miedo en la quietud de la noche. El cielo tan manso, los pájaros tan frugales, las flores tan perfumadas y el mar tan anestesiado.

No hay quien le encuentre pulso al mundo.

Y el amor. Qué decir del amor. El amor cruza a criaturas estacionales sin primaveras coincidentes.