miércoles, 26 de agosto de 2015

Recuerdos trasnochados desde el vientre de mi ballena.


Autor: Kuckolonia
Fuente: Flickr

 
La noche era oscura, y mi insomnio clarividente. Mi mirada trataba en vano de despejar las sombras, y buscando un escenario propicio para mis pensamientos, volví las pupilas al interior del cráneo, y observé una parodia del mismo cuarto que me alojaba, solo que la luna se derramaba más generosamente y, contra su atmósfera lechosa y fantasmagórica, se recortaban las siluetas de los muebles cuya ubicación perduraba en el mapa de mi memoria. Pensé en aquella época que pasé encerrada en el vientre de mi ballena, rompiéndole costillas al monstruo para hacer fuego y sobrevivir en sus profundidades. Intenté recordar quién me acompañó, aunque fuera de una forma absolutamente pasiva, brindándome un consuelo de callado entendimiento. Pero todos los rostros que se asomaron a mi abismo eran tan impasibles como aquellos muebles de mi habitación. Como ellos, permanecían en el mismo rincón de siempre en mi cuarto, nunca se movieron, nunca osaron ocupar otro lugar que no les hubiera asignado, y a pesar de reencontrarlos cada vez que los buscaba con la mirada, jamás estuvieron conmigo. Ni siquiera los miré a la luz del sol: solo recordaba sus siluetas, y su ausencia era tal que era como contemplar las sombras de sus sombras. Y todos esos trastos que se apiñaban a mi alrededor solo me daban ganas de romperlos. Porque astillados servirían para hacer un fuego que, en cualquier caso, calentaba más que su compañía ausente.







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