sábado, 5 de septiembre de 2015

Sobre las personas tranquilas de ojos pintados.




Su rostro es un libro abierto. Pero no porque sus emociones sean peso ligero y reposen en la superficie de los ojos, sin ocultarse tras un velo de corrientes de llanto. O porque sus pensamientos sean viento que hinchen velámenes y en su relieve pueda apreciarse el volumen del vendaval. No de esa manera. 

Pero no miento: su rostro es un libro abierto. Pero es un libro cuyas maravillas se vuelcan exclusivamente en sus propios ojos, y la cubierta es lo único que podemos ver el resto. Es ésta un cuadro hermoso, y sin embargo el enigma que suponen sus facciones nos hace aborrecerlo, y nuestras manos intentan apartarlo para acceder a su misterio. Pero solo nos ofrece sus ojos pintados, alineados con los verdaderos. Mas no son sino un prisma que traduce su realidad en una impresión diseñada para complacer al mundo.

Es la suya una mirada que no se subleva. Si alguien se propusiera navegarla, se quedaría estancado a una distancia equidistante a todas las Nadas, y pasaría el resto de sus días siendo la única tormenta que rompiera la eterna calma de aquel mar. 

Y si usted, mi querida dama, se lo propusiera tal y como lo leo en sus ojos, sin duda atraída por lo que oculta el libro abierto que tiene por rostro, empeñada en creer que atesora prodigios, le aseguro sin vacilar que pronto la oiría gritar desesperada:
«¡Pero, hombre, altérese un poco! ¡Sólo lo suficiente como para empujar una marejada que me lleve de vuelta a mi orilla y así la gente no me mire como a una loca por querer volver!»




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