sábado, 4 de abril de 2015

Columnas que son al margen de sostener.

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Estaba acordándome de una amiga mía, muy poco dada al elogio, más bien todo lo contrario: gusta de magnificar los descuidos de uno y traducirlos en discapacidad permanente. Pues bien, me acordaba de ella y de aquella vez en que me oyó decirme a mí misma: eres estúpida. Y para mi absoluta sorpresa, ella salió en mi defensa: no, no eres estúpida.

Parece una tontería que me venga a acordar de este intercambio de palabras, en apariencia intrascendente, pero a la luz de mis circunstancias de entonces os aseguro que fue un momento tan revelador para mí que todavía ahora, sin razón aparente, me viene a la cabeza. Y encierra un significado especial para mí, sin que la voluntad de querer acordarme de ese episodio haya garantizado su supervivencia en mi memoria. Me parece muy evocador el hecho de que mi hemisferio izquierdo del cerebro haya extraído y procesado esa escena del dinámico y global collage de imágenes que es mi hemisferio derecho, que está en eterna actualización y carece de cofres, pedestales, ídolos y cualquier filtro de distinción. Y es esta una escena  tan remota que no podría puntualizar el resto de estrellas que forman la constelación a la que pertenece; ha pervivido en mi mente como una isla, constreñida por un oleaje de emociones en el que hay que sumergirse para llegar hasta ella.

En ese mar ha cristalizado mi turbulencia e inestabilidad de antaño, y esa isla en la memoria es el monumento a aquellos oscuros días. Y ahora sé que cuando mi amiga renunció a su naturaleza vacilona para decirme lo que me dijo, no lo sabía con certeza, pero intuía que la única fortaleza a la que yo podía echar mano en aquellos tiempos era mi mente y su capacidad de proyectarme fuera de mí misma, de mi cuerpo. Intuyó el profundo rechazo que me inspiraba mi carne, y cómo buscaba recipientes alternativos en todo lo que observaba a mi alrededor. Cualquier fragmento material del mundo que me sostenía me parecía mejor destino que mis vísceras, carne y esqueleto. Y de alguna manera los miraba tan fija e intensamente que palpaba la esencia interna de cada elemento, que nos suele ser revelada sólo en relatividad a la significación que tienen en nuestras vidas humanas. Pero de pronto las cosas eran por derecho propio,y no por interpretación humana. Y yo creía que podía convertirme en uno más de entre ellos. Ser, sin cumplir las expectativas del interés humano. Ser, más allá de la comprensión humana del mundo. 

Estar por interpretar y no ser interpretada en absoluto. Y todo por no transgredir mis límites para penetrar en los contornos de la existencia humana. Podría existir así, feliz, inadvertida. Innecesaria. 

Ser solo yo sin que puedan tasarme en valores humanos.

Esa conversación significa hoy para mí el modo en que mi oscuridad aporreó las puertas del instinto de los que me rodeaban.

Lara xx

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